Hathor: La Dama del Cielo y Guardiana del Más Allá
En el antiguo Egipto, Hathor no era solo una diosa: era un puente entre lo humano y lo divino, la personificación de la alegría, la música, el amor y, al mismo tiempo, la protectora del alma en su viaje hacia el más allá. Su nombre significa “Casa de Horus”, un título que refleja su conexión con la realeza, la fertilidad y la fuerza cósmica que atravesaba todas las dimensiones de la vida.
Hathor era representada con cuernos de vaca que abrazaban un disco solar, símbolo del poder celestial y de la maternidad cósmica. Pero su influencia iba mucho más allá de lo visible. Era la “Señora del Occidente”, aquella que recibía a los muertos en el horizonte del sol poniente, asegurando que el alma encontrara protección y renacimiento. En los templos y tumbas, su imagen se combinaba con el lapislázuli, la piedra azul profundo traída desde tierras lejanas, considerada un fragmento del cielo. Esta combinación de símbolo divino y piedra celestial convertía cada ritual en un acto que unía el mundo terrenal con lo eterno.
Arqueológicamente, Hathor aparece en estatuillas, sarcófagos y amuletos, a menudo incrustada con lapislázuli, oro y turquesa. Cada objeto no era solo decorativo, sino una herramienta mágica: un canal para la energía protectora de la diosa. La música y la danza, asociadas a Hathor, eran también parte de los rituales funerarios, pues se creía que el sonido de los instrumentos atraía su presencia y bendición, acompañando a los difuntos hacia la eternidad.
Hathor encarna la armonía entre la vida y la muerte, entre la belleza terrenal y la sabiduría divina. Su culto revela una visión del mundo donde cada gesto, cada piedra y cada canción tenían un significado profundo: el universo entero, desde los minerales hasta las estrellas, estaba interconectado, y Hathor era la guía que permitía transitarlo con protección, alegría y esperanza.
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